Estrategia

ESTRATEGIA DE PODER POPULAR

En la siguientes líneas intentamos abordar de manera concisa dos temas que son cruciales en el pensamiento de quienes estamos poniendo en el centro de una concepción política comprometida en la construcción de un futuro socialista: la interrelación entre Estrategia y Poder. Desde los inicios de la corriente a la que representamos, esta preocupación ha sido permanente. Así lo atestiguan las dos experiencias históricas que están grabadas en la mente de los hombres y mujeres de nuestro pueblo que fueron actores directos en el intento de plasmar ese sueño. Es deber nuestro encontrar los caminos, las vías por donde debe transcurrir el ansiado objetivo que perseguimos.


1.     EL PROBLEMA DEL PODER.

El nudo de toda estrategia política revolucionaria es una transformación profunda de las estructuras del poder. En consecuencia, es lógico que toda organización que aspira a conducir procesos de transformación revolucionaria busque entender y desentrañar el concepto político de poder. De lo contrario un conocimiento, una conceptualización vaga y ligera nos conduce a interpretaciones erróneas y equivocaciones que pueden conducirnos a fracasos con el consiguiente costo social y político que ello significa, y que de hecho han significado, a escala nacional, en la derrota reciente del movimiento popular y las organizaciones socialistas, y en procesos mas globales, en la restauración  del capitalismo en el llamado “socialismo real”.
En consecuencia, es vital responder la interrogante de ¿Qué es el poder? ¿Donde esta ubicado? Responder a estas preguntas nos permite una visión de los alcances que tiene y del tratamiento que deberán hacer nuestras fuerzas para resolver este tema vital, esencial, en nuestro proyecto. 
El Poder es expresión de las relaciones humanas. Corresponde al ámbito propio de las relaciones sociales. El Poder es esencialmente una relación social, como tal son los sujetos sociales los que producen poder y crean poder, el poder no es un objeto, una cosa, no “está” en algún sitio. No se le puede tocar, apropiar. Corresponde a las categorías intangibles que producen los seres humanos. El poder se expresa en el orden social, en el acceso a recursos y privilegios, en las capacidades acumuladas por grupos y clases sociales. Y las sociedades moldean, según sus particularidades, las características del ejercicio del poder a su interior. La organización del poder trasciende pues la organización estatal, e involucra al conjunto de las relaciones entre los seres humanos, entre los colectivos y también en las relaciones interpersonales.

El reto que nos proponemos es pues la transformación profunda de esas relaciones, porque entendemos que en nuestra sociedad se han construido formas de relación que articulan exclusión y autoritarismo, aunque, desde nuestra historia, también se mantienen formas diferentes de relación entre las personas, entre las colectividades.
El problema del poder no se reduce pues a la toma o el acceso a las instancias del Estado. En el Estado se manifiesta la dimensión propiamente política del poder. En la izquierda se han dado muchos debates sobre el carácter de clase del Estado, y la evolución de las propias instituciones políticas y las sociedades ha mostrado, el ejercicio de la dominación es complejo, y las instancias políticas no son reflejos mecánicos de las diferencias de clase. El propio Estado es un espacio de disputa, juega un rol clave en la estructuración de las sociedades, y en su configuración desempeñan un rol importante las propias tradiciones políticas nacionales, las particularidades de la cultura política.

Restringir el problema del poder a la disputa del poder estatal nos ha llevado a estrategias unilaterales en el pasado, o a falsas polarizaciones, entre “reformistas” y “revolucionarios”, unos preocupados por los procesos institucionalizados en las elecciones, otros priorizando los aspectos militares en la confrontación. En estas concepciones, se evidenciaba una pobre comprensión de los procesos de cambio histórico de las sociedades, y un profundo desconocimiento de la propia historia de nuestro Estado.
Lo que ahora nos interés subrayar es entonces la complejidad del poder, su rol “ordenador” de la sociedad y del conjunto de relaciones humanas. En ese marco, la dimensión propiamente política es sin duda central, pero no única. Una estrategia de poder debe desenvolverse no sólo en torno al Estado,


2.     LA ESTRATEGIA.

La noción de Estrategia tiene un origen militar, la misma palabra se deriva de la  palabra griega “strategos”, que significa jefes de ejército. En esta definición convencional, la estrategia es el arte de ser el más fuerte en un punto dado y en un momento dado.
El peso de esta orientación ha marcado la acción política de algunas corrientes y organizaciones socialistas. No negamos que los procesos políticos requieren acumulaciones y concentración de fuerzas, pero la estrategia a la cual apostamos nos debe servir para generar una correlación de fuerzas favorables de proporciones históricas, en un plazo más largo.

La concebimos entonces como una forma específica de organizar nuestros esfuerzos y nuestras prácticas, que nos permita avanzar en la consecución de nuestros objetivos de largo plazo. La estrategia es un componente vital de nuestro quehacer político. El conocimiento y la claridad respecto de la estrategia permite flexibilidad táctica bajo cualquier circunstancia política: mientras más rigurosa la estrategia más flexible, más elástica la táctica.
Establecer una estrategia implica avizorar las rutas por las que puede discurrir el curso de los conflictos y los procesos sociales, y prepararse para participar de ese proceso, conociendo los objetivos que se desean alcanzar. La estrategia debe  verse como un plan que permita articular alianzas, modificar relaciones de fuerza y ver la mejor distribución de los recursos materiales, humanos y medios disponibles a efectos de poder alcanzar nuestro objetivo central: transformar la sociedad y construir el socialismo.
Un aspecto central insuficientemente subrayado en nuestra tradición marxista, es el referido a la necesidad que nuestra estrategia se fundamente en las condiciones socioculturales, históricas y económicas del país. No haber puesto suficiente atención a este aspecto nos ha llevado por a la derrota. No podemos imponer una estrategia ajena a nuestra realidad social en que vivimos, tampoco una estrategia voluntarista, vanguardista, desarticulada de los procesos sociales en curso.
Ello implica no sólo declaraciones líricas de compromiso con el pueblo, de reconocimiento de nuestra tradición desde una óptica ideologizada. Los grupos dominantes también reivindican el pasado glorioso del incario, pero menosprecian a los campesinos andinos y costeños, a las etnias amazónicas. Se trata no sólo de “reconocer”, sino de aprender de la experiencia de resistencia y lucha de nuestro pueblo. De encontrar en la historia real, cotidiana, no sólo en la gesta heroica, las rutas de la nueva acción política.


3.     NUESTRA EXPERIENCIA

Ha sido un uso corriente entre los socialistas afirmar que recogemos las estrategias que los pueblos del mundo han implementado, con sus particularidades, en sus procesos de lucha revolucionaria. Sin embargo, esta afirmación ha llevado, no pocas veces a perder de vista las peculiaridades de nuestro país, y por ende a un intento de reproducción acrítica de propuestas, procesos y formas organizativas de otros países.
Las propuestas revolucionarias han tenido siempre entre sus objetivos construir instrumentos que permitan al pueblo organizarse para ejercer el poder. Desde la histórica consigna leninista de “todo el poder a los soviets”, las respuestas han sido múltiples. Un balance de estas experiencias trasciende el alcance de este documento, pero interesa resaltar algunas particularidades, a fin de entender las posibilidades y los límites de las mismas como referentes. En ese sentido, en la segunda mitad del siglo XX, la reflexión y práctica de la construcción del poder popular discurrió por dos tipos de experiencia:
a). En el marco de la defensa de la revolución triunfante: Cuba, Nicaragua, Vietnam. Entre estas, la más relevante para América Latina ha sido la experiencia cubana, que se plantea la construcción del poder popular en el marco de la defensa de la revolución y la resistencia a la ofensiva del imperio. En la construcción del poder popular, confluye la construcción de su expresión organizativa, los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), y las organizaciones armadas (Ejército y milicia), y del propio partido revolucionario. Este proceso permite que las tareas de transformación de la sociedad cubana (por ejemplo, en las campañas de erradicación del analfabetismo) sean asumidas como un gran proceso de movilización nacional, y se logre enfrentar exitosamente situaciones de crisis como el período especial.

b).En la defensa de la retaguardia estratégica: El Salvador, Guatemala, Colombia. En el transcurso de la guerra interna, las fuerzas revolucionarias  lograron ganar y establecen zonas bajo su control, que ya no son sólo zonas de retaguardia y repliegue temporal, sino que plantean nuevos retos y tareas, asociadas a la conducción de la vida cotidiana. Con un carácter particular, la experiencia del zapatismo va en ese mismo sentido.

Tenemos ante nosotros un reto distinto al que se señalan en los párrafos precedentes. Pero esas aproximaciones han marcado nuestra historia política reciente.
La década del 80’ representa para el país un período dramático, no solo por las consecuencias del conflicto interno que vivimos, sino también porque es la década en que se pusieron de manifiesto las limitaciones de los diversos proyectos estratégicos que desde años atrás las diversas fuerzas de la izquierda venían construyendo. No es la intención de este texto hacer una inquisición de cada uno de los protagonistas. El balance de la década del conflicto interno es aún una tarea pendiente, y deberá ser asumida con un profundo sentido de evaluación crítica y sobre todo autocrítica. Pero nos interesa señalar algunos de los términos del debate de ese entonces, pues nos brinda luces para los actuales momentos.
Por un lado, SL aparece en el escenario político del país con una estrategia de guerra campesina que intenta repetir la experiencia que implementara Mao Zedong en la China: una guerra iniciada en el campo que tenía como corolario el cerco de las ciudades para finalmente “tomar el poder”. En esa lógica, las bases de apoyo en el campo cumplían una función de soporte a la guerra y a su ejército. El dogmatismo y autoritarismo senderista llevaron a que su presencia se convirtiera, en vastos sectores del campo, en una nueva fuerza de opresión contra el campesinado. El dogmatismo senderista no le permitió entender las aspiraciones de los sectores populares, especialmente del campesinado. El rechazo de los campesinos fue respondido por el senderismo con las armas, reproduciendo prácticas de represión y asesinato contra el pueblo que a la larga lo llevaron a su aislamiento y derrota.

Por otro lado, la izquierda que venía acumulando fuerza desde los fines de los 70, con una experiencia rica en la conducción de luchas de masas que llevaron a derrotar a la dictadura de Morales Bermúdez  y la consecuente convocatoria a la Asamblea Constituyente, en la cual, unitaria y electoralmente se constituye en una fuerza representativa en el escenario social. El paso al escenario de legalidad, para una generación que no había tenido experiencia en la acción política dentro de un sistema electoral, llevó a tensiones y reorientaciones de prácticas y discursos, que fueron entonces catalogados como reformistas. Buena parte de las organizaciones y dirigentes priorizaron la acción dentro de las nuevas reglas de juego, pero la irrupción de SL precipitó debates y crisis, replanteando el debate sobre el problema del poder y los medios para alcanzar el mismo. El debate quedó planteado entre la defensa de la democracia y la necesidad de ingresar al conflicto armado como parte de una estrategia integral de acumulación de fuerzas. Con matices, esta discusión atravesó a toda la izquierda.

La irrupción el MRTA en el conflicto armado interno afectó especialmente a la nueva izquierda, por la cercanía aparente de los discursos. La espiral del conflicto armado jugó un rol fundamental en la polarización del debate político interno de estas organizaciones políticas, lo que desde la actual perspectiva nos permite comprender el peso que tenía una concepción del poder que giraba en torno a la definición militar de la acción política. Pese a que en todas se señalaba lo político estaba por encima de lo militar, que el factor determinante en el camino de la acumulación integral era político, y que el aspecto militar constituía sólo la prolongación de la política bajo otros medios, las organizaciones, los cuadros dirigentes y muchas de sus bases le daban un mayor peso a lo militar, llegando incluso a intentar supeditar la acción política y el desarrollo de las organizaciones de masas y su acumulación, al desenvolvimiento del conflicto armado.
En ese contexto, el debate sobre la construcción del poder popular se vio marcado por esta lógica: se trataba de construir poder o como retaguardia estratégica de las fuerzas beligerantes, o de afirmar formas organizativas autónomas del pueblo en las zonas donde la presencia estatal estaba debilitada o era inexistente. Nuevamente, la lógica militar y el referente del aparato estatal marcaban la reflexión y los intentos de iniciativa política.
Las condiciones de la guerra contrainsurgente finalmente no permitieron que estas iniciativas se desplegaran, y fueron arrasadas por los actores de la guerra, o fueron abandonadas por las organizaciones y los cuadros de las diversas organizaciones políticas presentes.
Estas experiencias contienen profundas lecciones para nuestro presente. Como señalamos antes, se requiere aún un balance detenido de las mismas, pero en ese proceso, consideramos que estamos en condiciones ya de plantear algunas afirmaciones.


4.     NUESTRO PROYECTO.

Poder Popular. Es el nudo central de nuestra estrategia revolucionaria.  Entendido el significado del poder, podemos establecer con mayor claridad los caminos  o las vías por donde  encauzar una estrategia revolucionaria. Con la seguridad de haber sido participes en la elaboración y aplicación de una estrategia y de las lecciones  aprendidas de ella,  afirmamos la necesidad de que el pueblo sea partícipe directo en la construcción de su destino. Ello implica la lucha de todo el pueblo organizado, usando todos los medios, sociales, políticos,  económicos, diplomáticos y materiales (autodefensa popular) a su alcance, siendo lo medular, lo fundamental y determinante de esta estrategia, LA CONSTRUCCION DEL PODER POPULAR. Todos nuestros esfuerzos orgánicos  y materiales están destinados a construir un poder alternativo, nacido, emergido y creado por pueblo en actividad y movimiento permanente en una relación horizontal con sus dirigentes.

Construir Poder significa alterar las relaciones sociales que ha construido y ha impuesto el capitalismo, es establecer nuevas relaciones humanas de solidaridad, de convivencia, de mutuo respeto a los derechos inherentes de los seres vivos. Es decir dar curso a una sociedad plenamente democrática en la que el poder se ejerza en forma horizontal, transparente, expresión de los seres que la construyen. Es imprescindible, replantearse toda práctica revolucionaria, sabiendo que la revolución no la hace una élite, no la hace una vanguardia. Los gérmenes del socialismo están en el pueblo, sin él es inviable cualquier proyecto.
La construcción del Poder Popular como germen de la futura sociedad, el Socialismo, es un camino largo, complicado y contradictorio. Mucho depende  de la voluntad, la firmeza y la convicción con que se asuma este reto histórico. Hay que recalcar que no vamos a esperar  a “tomar el poder” para dar curso a la construcción de los elementos centrales y constitutivos de esta esperanza de liberación .El Poder actual corresponde o expresa la fuerza social, política, económica de las clases dominantes, que lo han construido en el transcurso del tiempo para sus fines y objetivos,  de tal forma que tiene la capacidad de reproducirse y  envolver  a todos los que estamos comprendidos en este engranaje. Este no es el poder que aspiramos.

La restauración del capitalismo en las experiencias socialistas de Europa del Este, nos indica que el poder no estaba resuelto a favor del pueblo y de las fuerzas revolucionarias. Solamente se llegó a tomar el control del aparato estatal, desde donde se inició un proceso de cambios en contradicción con el poder hegemónico de la clase dominante. Como consecuencia de ello se creó una suerte de casta burocrática alejada de las necesidades  reales de cambio que requería los pueblos. “La creación de un mundo nuevo y de una sociedad nueva es obra de la multitud, de un proceso molecular, necesariamente mas amplio, mas largo, mas complejo, que cualquier decreto de una minoría esclarecida”
Los procesos revolucionarios son únicos. Desde los años de Luis de la Puente, cuando se funda el MIR y se afirma la corriente de la nueva izquierda, desde una posición autónoma, con respecto a las  corrientes soviética y china, hemos seguido una tradición de aspirar, pensar y entender la revolución desde nuestra realidad, desde nuestro contexto social y político. Si las exigencias revolucionarias son únicas en todo proceso y no una mera imitación y repetición de formulas, entonces nos invita a la creatividad. Hay que reinventar las nuevas de formas de lucha, de acumulación social y política, con toda la riqueza cultura del que somos herederos, allí esta el reto, todas las vías para la construcción del poder del pueblo son validas. Las luchas regionales deben interactuar en el desarrollo del poder popular

Si la construcción del poder viene de abajo y no de arriba y que los constructores del mismo son los sujetos sociales, los hombres y mujeres de carne y hueso, entonces lo mínimo que podemos exigirnos y exigir es coherencia ética y moral, coherencia entre lo que se dice, se piensa y lo que se hace. Estas tesis que aparentemente superfluas tienen en el fondo un contenido gravitante en  el proyecto de cual queremos ser parte. Porque los sujetos sociales son seres con una conciencia, solamente los sujetos pueden cambiar las circunstancias. Hay que empezar a ser sujetos, de lo contrario corremos el riesgo de reproducir el poder al cual negamos. Valdría hacer una pregunta, ¿Qué nos diferencia, aparte de lo ideológico, con cualquier persona común de la derecha? Somos producto del medio del que vivimos, Marx decía que somos un producto social. Por eso el Che le daba tanta importancia al tema del hombre nuevo. ¿Seremos capaces de construir lo nuevo sabiendo que somos producto y que actuamos como lo viejo?
Las reformas neoliberales de los 90’ han cambiado radicalmente el rol del Estado en nuestra sociedad, y han jugado un papel clave en la desarticulación de los movimientos sociales. No se trata sólo de la derrota de las organizaciones políticas y de la desarticulación orgánica de las representaciones y estructuras sociales. La lógica de acumulación política, la experiencia construida en el pueblo y sus líderes, que giraron en torno a la demanda de inclusión en el orden estatal, en el reconocimiento de derechos, fue una característica central de la acción política en el seno de las masas, aún cuando en el discurso de los líderes y las organizaciones políticas de vanguardia, el discurso de ruptura con el orden establecido fuera el hegemónico.

El repliegue del Estado de varios sectores clave de la economía a través de las privatizaciones a favor de las transnacionales, trasladaron al escenario del mercado aspectos que anteriormente eran materia del debate político público, como las tarifas de servicios públicos o los precios. Los cambios en la legislación laboral contribuyeron a minar y desarticular las representaciones sindicales. El desprestigio de la política y de los políticos arrastró a las organizaciones y líderes de izquierda que habían logrado posicionarse en los espacios de representación pública, y los medios de comunicación adquirieron un nuevo y preponderante rol en la conformación de la opinión pública.
En estas condiciones, no sólo nuestra experiencia de acción política y  nuestros instrumentos resultan obsoletos. Las propias condiciones de funcionamiento de la sociedad tendieron a la fragmentación y dispersión de intereses, bloqueando las posibilidades de una acción unitaria, porque no existía, y no existe aún claridad de la existencia de un “adversario”.
Pero en este proceso, tampoco los sectores dominantes pueden reclamar una victoria definitiva. Se ha reproducido la debilidad del Estado, y ha fracasado el intento de reformarlo desde una óptica neoliberal. Las élites han insistido en una lógica de acumulación que refuerza el modelo primario exportador, lo que ha extendido la diferenciación social y los mecanismos de exacción de excedentes a través de los bajos salarios. Han logrado extender el consumo, pero un consumo de baja calidad, y han abandonado los esfuerzos de ampliación de servicios públicos y reconocimiento de ciudadanía a las mayorías, salvo algunas iniciativas parciales e inconclusas.

En ese contexto, nuestra gente, nuestro pueblo, ha desplegado su potencial transformador con creatividad y energía. La llamada economía informal se ha desplegado en las ciudades en diversos sectores, en el campo la pequeña agricultura se mantiene en resistencia pese a las duras condiciones de intercambio con la economía capitalista. Han florecido también economías ilegales. El orden neoliberal no ha logrado imponerse, y en las prácticas, en la vida de nuestra gente se vislumbran embriones del nuevo orden. Están teñidos de lo viejo, eso también es cierto. Las nuevas economías reproducen condiciones de explotación que para algunos las asocian a los albores del nacimiento del capitalismo europeo. El orden estatal no llega a las mayorías, pero no prima el caos en la sociedad. La gente reinventa sus tradiciones, construye, o intenta construir, en medio de la precariedad, algún tipo de orden.
Lo que está en cuestión, entonces, es si es posible, en estos embriones, encontrar las pistas de la construcción de otra sociedad. Paradójicamente, vuelve a ponerse en debate si es necesario que el capitalismo se despliegue plenamente, como condición de la construcción del socialismo. O si es posible encontrar otras rutas.

Nuestra apuesta por el poder popular es justamente esa. Creemos que en el Perú de hoy los embriones del poder popular ya existen, no por obra de ninguna vanguardia iluminada, sino por la acción de la gente. El descreimiento respecto del Estado, la desconfianza respecto de la legalidad, que para muchos de los actuales teóricos de la democracia son signos de debilidad y de riesgo, son para nosotros, por el contrario, signos de esperanza, bases para construir una opción distinta.
Nuestra principal debilidad es no estar suficientemente articulados con esos procesos. Nuestras concepciones están todavía demasiado ancladas en los moldes de la acción sindical y la organización política para confrontar y demandar al Estado, o para intentar representar a la gente. Todavía muchos compartimos la ilusión de una modernización occidental redentora.
Nuestra apuesta tiene aún el signo de la incertidumbre. Es cierto. No es posible aún la certeza. Para nosotros, como organización política, el peso de la derrota reciente es aún muy grande. Para nuestra gente, para la gente del pueblo, el esfuerzo por la sobrevivencia fragmenta, pone a la orden del día las necesidades del presente, no permite, aún, vislumbrar con claridad una imagen de futuro.

Pero nuestra gente también bebe de una tradición antigua. La reciprocidad no es un discurso. Las nuevas ciudades, construidas sobre la base de sus esfuerzos colaborativos, sus iniciativas económicas, la construcción de amplias redes, son muestras de una tradición que vive y se reinventa sin cesar. La apropiación del espacio urbano y del imaginario con sus símbolos, con sus ritmos, con sus sabores, nos muestran que existe la posibilidad de transformación.
Construir poder popular no es entonces construir guetos aislados. Es atrevernos a articularnos con la vida de nuestro pueblo, con sus iniciativas, con sus apuestas. Será también un espacio de debate, de discusión respetuosa frente a sus opciones, cuando encontremos discrepancias. De nuestro encuentro, podrá nacer una apuesta de futuro.
Desde esta perspectiva, adquiere un matiz distinto la acción política pública. Decíamos que no queremos construir guetos aislados. Requerimos ingresar al debate público. Requerimos disputar, también, las representaciones políticas. En esto, también nuestra gente tiene lecciones que brindarnos. Los cambios en las representaciones políticas locales, la articulación de los migrantes para intentar renovar la acción de las autoridades locales, son una pista a explorar y trabajar.

La integralidad adquiere entonces un nuevo sentido. Las dimensiones del reto son grandes. No se trata de acumular fuerzas para resolver, en un momento, el problema del poder. Se trata de construir cotidianamente, la nueva sociedad que aspiramos. Se trata de encontrar pistas para fortalecer la economía popular, de darle un nuevo sentido a los servicios públicos, en los lugares donde nos encontremos. Se trata también de dar un nuevo contenido al debate público, al ejercicio del poder público, de la autoridad.
Nuestra apuesta, decíamos antes, tiene aún precariedades y vacíos. Somos conscientes de ello. Pero estamos dispuestos a intentar construir algo diferente. Estamos dispuestos a caminar junto a nuestro pueblo, a construir juntos el sueño de una sociedad justa, de atrevernos a intentar conquistar el pan y la belleza.


        LA LUCHA ELECTORAL LOCAL UN INSTRUMENTO NECESARIO

Hasta hace algún tiempo, la lucha propiamente electoral, era una táctica que solamente era útil en la medida de que servia para una “acumulación” política e ideológica. Nos servía en la medida de que usábamos los espacios que  la clase dominante permitía en determinados momentos de la vida política nacional, es decir le dábamos un valor utilitario a determinadas instituciones del estado. Eso fue el concepto de la participación de la Izquierda en general después de las grandes jornadas de  lucha que permitieron derrotar  a la dictadura militar de Morales Bermúdez y a su vez, tener un elevado porcentaje  de representantes de la Izquierda en la Asamblea Constituyente del año 1978.
También es verdad que algunas organizaciones de la Izquierda valoraron la participación electoral como el medio imprescindible para alcanzar el  poder político.

Nunca hemos rechazado la lucha electoral, somos parte de un proyecto que nunca negó ninguna forma de lucha, y nuestra participación en las contiendas electorales no es una cuestión de principios, sino que corresponde a las necesidades  de una acumulación y confrontación en lo político e ideológico con las clases dominantes. Si en el transcurso de ellas las fuerzas del campo popular lograra, hipotéticamente, ganar las Elecciones Generales, que es una posibilidad, ello no debe deslumbrarnos a pesar de que seria un gran paso porque es un parámetro para medir:
-       Por donde va la orientación de la población.
-       Indica los avances de acumulación política e ideológica.
-       Permitiría acceder a la administración del Estado, aunque será necesario tener la claridad suficiente para diferenciar entre este estado y el nuevo que aspiramos construir desde la vida cotidiana de nuestra gente.
-       Estaríamos generando una correlación de fuerzas favorables para las fuerzas revolucionarias que acelerarían procesos e intensificaría la construcción de Poderes del pueblo.
-       Indica que se presenta una confrontación abierta en todos los planos con los intereses y la clase dominante misma. Una derrota en esas circunstancias significa un revés de proporciones incalculables.
-       Considerar que la conciencia electoral, en esas condiciones no es lineal, tienes retrocesos significativos, por consiguiente la hegemonía no esta resuelta.

Requerimos sin embargo valorar adecuadamente las posibilidades y límites de la acción política electoral. Las nuevas condiciones de la política y el peso de la acción mediática y por tanto del dinero, y los  límites institucionales, así como los procesos de reforma institucional en curso en el país, nos plantean escenarios diversos.
Consideramos que la acción política electoral en los espacios meso (gobiernos regionales) y macro (nacionales) deben orientarse a promover el debate público, la lucha de ideas que nos permita avanzar a revertir l derrota estratégica ideológica que sufrimos en décadas anteriores. Es decir, el espacio de la acción electoral nacional, debe ser el espacio fundamental  para construir nuevos sentidos comunes entre nuestra gente, rescatando su sentido crítico, pero construyendo también un sentido de futuro. La sola desconfianza de las instituciones y de la política no permite construir.
Por otro lado, este espacio de acción debe permitirnos entrar a la discusión de las reformas necesarias en las instituciones y mecanismos de representación (parlamento, leyes de partidos políticos etc.) para facilitar la articulación de las fuerzas y representaciones populares. El sistema electoral, la ley de partidos, tal como está planteada, dificultan las posibilidades de una acción exitosa de las representaciones populares. Está planteado el reto de identificar cuáles son los cambios necesarios en las reglas de juego actuales, y cómo hacer de ellas un mecanismo de acción política.

La lucha por reformar el marco legal, por hacer del propio proceso de lucha por la reforma una herramienta y espacio de transformación, nos exige acción política en el puro terreno de la política, nos obliga a superar una práctica en la que nos enmascarábamos en la demanda gremial y económica.
Eso nos lleva a otro terreno. Nos lleva a plantearnos el problema de resolver la crisis de legitimidad de la política como espacio de discusión de los asuntos públicos. Consideramos que para ello, desde nuestra perspectiva, el principal espacio es el gobierno local, porque es el espacio del estado más cercano a la gente y la ruta “natural” para movilizar, articular la conciencia política  de la población, para recuperar y potenciar nuestra tradición asociacionista, reinventarla pasando de los intereses de grupos o sectores, hacia las demandas y propuestas construidas desde las mayorías.

Esta opción nos pone un gran reto al frente: requerimos desarrollar la capacidad de  participar en la dinámica de la vid y organización social, enfrentar y resolver los problemas de la vida, recurrir a la demanda y la protesta, pero también mostrar la capacidad de acción, de organizar la gestión común de nuestros recursos, de trasladarnos desde los proyectos de vida privados a la acción común.
Esta es la ruta que puede permitir superar los graves problemas de legitimidad de la acción política entre la gente, superar la práctica mezquina de instituciones corruptas e ineficientes, liderazgos limitados e instancias organizativas (partidos, sindicatos etc.) desconectados de la vida cotidiana.

La acción política en el espacio local es la columna vertebral para enfrentar el reto de hacer del asociacionismo el aspecto estratégico de la construcción de una nueva sociedad, porque es el espacio donde confluye la organización de base que defiende intereses sectoriales, con la organización pública: el municipio que articula a todos. Allí se ubican los actores sociales dispuestos a transformar su vida, creando nuevos retos, desde formas de supervivencia, diversas  formas de organización del trabajo, las necesidades de la gente están presentes cotidianamente, como también está presente la creatividad de nuestro pueblo. Es allí donde deberemos construir o reinventar las formas de organización, autónomas, en el ejercicio cotidiano del poder popular.


AFIRMANDO AUTONOMÍAS.

En la ruta constructiva del poder, asumimos que su realización tiene que darse desde una perspectiva autónoma, materializando la idea de ir creando organismos que sean herramientas sólidas de objetivo y valores a al alcanzar. Hay que remarcar la autonomía es con respecto al estado y en los territorios bajo conducción, dirección del pueblo y las fuerzas transformadoras. Son etapas donde no podemos quedarnos  en el mundo de los conceptos abstractos, sino que debemos pasar a articular y proponer proyectos alternativos de organización (intelectual, social, económico) “que iniciándose en lo local y lo particular pasan a lo nacional y universal”.

Y como tal asume como prioritarias las tareas de educación (en un país como el nuestro donde las estadísticas indican que los nivele s de la educación y el conocimiento son deficitarias según los estándares internacionales no cabe duda de la importancia que tiene no solamente como herramienta constructivo de lo nuevo que aspiramos sino como el elemento  que nos permita reconocer las técnicas mas adecuadas para los fines planteados. El conocimiento tienes  que dejar de ser elitista y una mercancía, debe llegar a todos  en forma democrática) salud. Busca resolver los demás problemas ocasionados por el sistema capitalista alentando al mismo tiempo redes de comercio, entre comunidades, pueblos, pequeños productores y comerciantes de “la economía informal”. Señalando preferencias y articulando a los mercados locales, regionales y nacionales. Todo ello plantea no solo la edificación de una nueva economía, sino que también, el rechazo y resistencia a relaciones de intercambio desigual y al comercio injusto. Hay que buscar mejores términos de intercambio comercial con los centros rectores de la economía nacional.

La construcción de las autonomías se edifica sobre las tradiciones históricas del país. Somos herederos de una de las culturas mas importantes de la humanidad que florecieran en esta parte del continente. Somos un país multicultural con una cosmovisión del mundo y una filosofía propia. Las culturas Andinas y Amazónicas debe de ser la raíz de todo proceso constructivo de una nueva sociedad. De las resistencias iniciales, desde la invasión española y en el transcurso de la colonia ha pasado a un posicionamiento iniciado en las cíclicas migraciones andinas hacia las ciudades costeñas donde, con sistemas tradicionales de reciprocidad, asociacionismo cooperativismo, han construido en medio de los arenales y páramos urbes y comercios florecientes. Ello es un indicativo de las potencialidades de nuestras culturas y de los contenidos que encierra para la nuestro proyecto.

El pueblo es sabio, desde tiempos inmemoriales construye sistemas de defensa u autodefensa para preservar sus territorios, sus bienes comunales etc. Allí esta  las lecciones por donde discurre el sentido de la violencia. El uso adecuando en el momento oportuno y emanada por decisión popular, es decir, la violencia expresada como autodefensa se convierte en una respuesta a las agresiones externas de aquellos que ponen en riesgo los sistemas de organización social del pueblo, en consecuencia no debemos sobrepasar los límites de desarrollo organizativo local.

¡Por la Vida y Por la Patria… Con el Pueblo, Venceremos!


El documento, solicítalo al email: pueblo.unido_peru@yahoo.es
gustosamente se le envía. Gracias.